Con la misma saña, mismos resentimientos y furia de los ancestros de final de los siglos XVllI y XlX, las masas haitianas se arrojaron contra la propiedad privada para que no quedara el menor vestigio de algo de valor, dejando a su paso destrozos que nadie está en capacidad de cuantificar y proyectar su impacto futuro en la economía de Haití.
Esta vez por otros motivos, el pueblo haitiano-semejando a sus antepasados de finales del siglo dieciocho y diecinueve, y empujados por una cólera propia de una naturaleza esclava-, tomó las calles, caminos y veredas para no dejar piedra sobre piedra.
Como en los tiempos de Jean Francois, George Bissaou y Tousaint Louverture, una horda juvenil del siglo veintiuno explosionó como volcán dormido cuya erupción se llevó a su paso supermercados, agencias de ventas de vehículos, tiendas, empresas, industrias, el comercio y residencias familiares.
Se cuenta que miembros de la misión militar de la embajada americana en Puerto Príncipe negada en el pasado a utilizar los viejos helicópteros dominicanos de la guerra de Vietnam se empujaban para abordar los aparatos que fueron a rescatar el personal criollo en nuestra embajada.
Aunque se aduce que la gota que derramó la copa para que detonarán las pobladas fue el anuncio de un incremento en los precios de los derivados del petróleo y la colocación de aranceles a los productos de primera necesidad importados, como parte de los acuerdos con el Fondo Monetario Internacional (FMI), la furia y la prolongación en el tiempo del saqueo, tomó otro matiz que ha puesto al borde de la renuncia al Primer Ministro Jack Guy Lafontant, a quien el jefe de los diputados ha tildado en un tuit como buen profesional de la medicina pero que su tiempo pasó, mientras el presidente Jovenel Moise pareciera que tiene su barba en remojo. Aunque revocó el incremento de precios de los artículos de primera necesidad, el presidente haitiano no pudo detener el fuego en la pradera haitiana.
Con una población casi similar a República Dominicana de cerca de 11 millones de habitantes que se reparten el territorio de 27,750 kilómetros cuadrados, Haití ha vuelto a llamar la atención sobre el escalofriante nivel de pobreza extrema y del atraso educativo, factor este último que afecta a casi la mitad de los mayores de edad.
Cuando los países de Centroamérica y el Caribe dan muestras de avances en el uso de tecnología de la Información y la Comunicación, Haití aparece rezagada.
De cada 100 habitantes, solo 10.9 tiene acceso a internet y 59.4 de cada cien haitianos posee un teléfono móvil, cuando el promedio de celulares en la región es de 86 de cada cien latinoamericanos.
La esperanza de vida en Haití estimada por el Banco Mundial en apenas de 62 años cuando el promedio de vida al nacer en América es de 75 años, mientras por cada 100 mil nacidos mueren 350.
Es el de Haití el índice más alto de mortalidad de nuestra región, sólo comparable con algunas naciones de Africa.
Con una población que está asentada mayoritariamente en los principales centros urbanos y casi 5 millones de almas viviendo en condiciones precarias de salubridad, con falta de trabajo y el 24.4 por ciento de la población infantil obligada a trabajar para ayudar a sostener su familia, Haití es un volcán activo que amenaza hasta su vecino más cercano: República Dominicana.
De 196 países que aparecen en el ranking del ingreso per cápita, Haití ocupa el puesto 173, debido a que sus habitantes solo reciben unos 600 dólares al año, equivalentes a un dólar por día. Cada ciudadano haitiano tiene una deuda contraída de 131 euros acumulada por las distintas administraciones públicas.
Buena parte de las personas que aparecían en los videos en las manifestaciones de protestas era joven, como es la población de ese país, donde más del 50 por ciento tiene menos de 23 años.
Haití es un país donde la desigualdad sigue profundizándose: Entre el 2005 y el 2014, la moneda haitiana se depreció en promedio, de 2% a 3% anual, pero entre el 2014 y el 2015 la depreciación alcanzó 14,5%.
La inflación se aceleró y ascendió a 14,4% a principios del 2016, en particular por el alza en los precios de los alimentos de producción nacional a causa de la sequía. Se prevé que la pobreza, que ya afecta dos terceras partes de la población, seguirá aumentando, de acuerdo con datos de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
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