La vida de Jumbo, el elefante que sirvió de inspiración para el aclamado largometraje animado que la Walt Disney Pictures llevó a la pantalla grande en octubre de 1941, dista bastante de lo que mostró ese film y también, aunque menos, de la flamante versión de Tim Burton. No solamente porque no había un paquidermo de grandes orejas que le sirvieran para volar ni ratoncitos amistosos sino porque el "elefante más grande del mundo" tuvo una vida miserable colmada de dolor y alcohol.
Jumbo —significa "hola" en suajili— fue capturado en Abisinia (un reino africano que abarcaba los actuales territorios de Etiopía y Eritrea) en 1862 cuando aún era un bebé. De allí fue llevado a París y en 1865 fue vendido al director del zoológico de Londres, Abraham Bertlett, a donde llegó el 26 de junio en pésimas condiciones, quizás por el trauma de su captura.
La modalidad que usaban los cazadores (se cree que lo siguen haciendo) era por demás violenta: al cruzarse con una elefanta y su cría comenzaban a tirar lanzas contra la madre hasta matarla. Cuando lo conseguían le arrancaban los colmillos para traficar el marfil y luego atrapaban a la cría que yacía asustada al lado del cadáver. Esa habrá sido la manera en que atraparon a Jumbo en la época en que los circos y zoológicos buscaban especies exóticas para atraer más visitantes.
Apenas llegó al zoológico londinense, el pequeño fue bautizado Jumbo por Matthew Scott, un hombre que trabajaba en el lugar y que, apenado por el mal estado del animal, se propuso para cuidarlo. "Nunca había visto a una criatura tan desamparada. El elefante estaba lleno de parásitos que se le habían introducido en la piel y que casi le habían comido los ojos", escribió el cuidador en una autobiografía en la que relataba su vida junto a Jumbo.
Scott se ocupó del elefante hasta el momento de su muerte. Según los testimonios de la época, entre los dos se generó un vínculo de afecto extraordinario.
Tras seis meses de cuidados intensivos, de recibir alimento y afecto, Jumbo recuperó la salud y fue presentado ante el público que lo vivaba como a un ídolo. Sin embargo, el excesivo cariño de adultos y niños fue su condena.
Gracias a un notable invento quedaron registros de lo acontecido en su vida: su arribo a Londres fue casi simultáneo a la llegada de la fotografía, por lo que todos los visitantes del zoológico querían un retrato montados sobre el lomo del elefante.
"La fama del animal era tan imponente que hasta los hijos de la reina Victoria eran sus admiradores", cuenta el naturalista David Attenborough en el documental de la BBC de 2017 que revela cómo fue su vida y su muerte.
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